Arte Terapia y
Situaciones Traumáticas Sostenidas: Trabajando con Niños en Comunidades
Violentas (*)
Por Ava Avidar
(*)
Traducción del artículo “Art Therapy and Pervasive Trauma: Working with
Children in Violent Communities.”
La autora explora
cómo la violencia crónica dentro y fuera del hogar produce una población que
padece de trauma sostenido, cuyo tratamiento difiere del de aquella población
que sufre un único episodio traumático. A través de dos casos, la autora
demostrará cómo el arte terapia, y en especial la narración de historias, son
efectivos como tratamiento, particularmente en aquellos casos en los que la
situación traumática es continua.
El haber
estado trabajando, durante el último año, en una de las zonas de viviendas
pobres más violentas de Nueva York, me ha hecho tomar conciencia de las
tremendas dificultades que niños y familias enteras deben soportar cada día.
Estos hechos ocurren tanto dentro de sus hogares como de la comunidad e
incluyen muertes, drogas, crímenes y violencia doméstica.
A menudo, en
mi tarea como terapeuta e investigadora de casos, escucho las experiencias de
mis clientes referidas a crímenes violentos o por drogas. Estas experiencias
incluyen homicidios, heridas de bala recibidas por inocentes, asaltos debidos a
drogas y balas perdidas. Mis clientes también han descripto la constante
“sonata” de tiros que los arrullan cada noche. Pero no necesito basarme en sus
relatos para entender el horror de la violencia comunitaria ya que yo también
escucho esos disparos en la calle. En varias ocasiones durante mi trabajo con
esta comunidad he sido testigo de cómo todo un vecindario fue tomado como rehén
por dos bandas rivales encarnizadas en una lucha territorial por drogas.
Durante esas luchas se pueden escuchar tiros durante el día y se aconseja no
caminar por ciertas calles. A mis clientes les sugiero que no salgan de sus
departamentos, los trabajadores vuelven temprano a sus casas, a menudo
escoltados fuera del vecindario por la policía.
En las épocas
en las que por alguna razón me he ausentado de esas zonas violentas no dejaba
de preguntarme por las familias que allí vivían: cómo se las arreglaban los
padres que deben ir al trabajo, los chicos que van a la escuela y los
preescolares en su Jardín de Infantes. Sus vidas no dan lugar a que puedan
postergar cosas –como yo puedo en mi caso- para otro momento, así como tampoco
pueden volver a un hogar “seguro”. Es más, el hogar, para muchos de ellos, es
tan traumático como la calle.
Trabajando con
esta población, he observado, a menudo, una reacción “normal,” “adaptada” a
situaciones traumáticas sostenidas. Mis clientes me han enseñado cómo
reaccionar en caso de encontrarme entre disparos y qué áreas debo evitar para
no meterme en problemas. Me han contado sobre las diferentes bandas, los
territorios que manejan y los miembros y líderes que las componen, muchos de
los cuales son adolescentes. Me cuentan también sobre las requisas de drogas y
de aquellos traficantes cuya liberación de la cárcel provocará nuevos
enfrentamientos entre bandas. En varias oportunidades me han llamado para
alertarme sobre un tiroteo, aconsejándome que me apurase a volver a mi casa
– asumen que no poseo la habilidad – que
ellos tienen- para sobrevivir en esta
zona de guerra.
¿Qué efectos
patológicos y para el desarrollo tiene el vivir en este clima permanente de
violencia tanto en esos niños como en sus familias? Qué costo tiene su “ajuste”
a esta clase de ambiente?
De acuerdo a
un estudio hecho por Dubrow y Garbarino (1988) la exposición a violencia crónica
necesita de una acomodación en el desarrollo y produce efectos en los procesos
interpersonales, cognitivos, de conducta y psicológicos. Garbarino, Kostelny y
Dubrow (1991) han reportado que “las situaciones de peligro crónicas imponen al
sujeto la realización de ajustes y acomodaciones en su desarrollo que
seguramente incluirán Desórdenes de Stress Post Traumático (DSPT) persistentes,
conllevando alteraciones de la personalidad y grandes cambios en los patrones
de comportamiento....”
Un estudio
similar sobre la respuesta de un grupo de niños a situaciones de violencia
sostenida fue realizado de Nueva Orleáns con características similares al de
Nueva York (Osofsky, Wewers, Hann y Fick, 1993). El estudio arrojó conclusiones
similares a las de Dubrow y Garbarino (1988). Basado en sus propias
conclusiones así como también en las de otros dos estudios similares hechos por
Richters & Martinez (1993) y Pynoos & Nader (1989), determinaron que
aquellos niños que viven en situaciones de perpetua violencia poseen, a
diferencia de los que viven en entornos sin ese peligro, las siguientes
características: falta de concentración debida a la falta de sueño; deterioro
en su memoria; déficit de atención; reducido control de sus impulsos; apego
ansioso a sus madres; miedo a dormir o a ser dejados solos; juegos agresivos
que pueden imitar la violencia que han experimentado o que exhiben un
desesperado intento por protegerse; actividades, investigaciones y pensamientos
de carácter restringido debidos al temor de re experimentar la situación
traumática; aislamiento; y, finalmente, insensibilidad frente a la pérdida, al
dolor y al miedo.
Esta
insensibilidad a las amenazas y a las consecuencias de comportamientos
violentos es lo que Garbarino, Kostelny y Dubrow (1991) describen como
adaptación patológica a la violencia crónica, que a menudo se manifiesta como
una adictiva necesidad de exponerse a situaciones de riesgo y a entablar
interminables confrontaciones con el peligro. Lorion y Saltzman (1993) creen
que este tipo de comportamiento puede ser el resultado de sentimientos de
desesperanza, irremediabilidad y, a la
vez, un esfuerzo por recuperar el control sobre sus propias vidas.
Los
comportamientos descriptos en estos estudios reflejan lo que el DSMIII R (*)
caracteriza como sintomáticos de (DSPT) Desórdenes de Stress Post
Traumático. Utilizando este último como
índice en su estudio sobre niños en edad escolar, Terr (1991) y Pynoos (Pynoos
& otros, 1989) han confirmado que una experiencia de violencia a menudo
provoca DSPT. Terr (1991) separa el trauma en dos clases de desórdenes: Tipo 1,
un único episodio traumático cuyas consecuencias a menudo provocan DSPT; y Tipo
2, situaciones traumáticas múltiples y duraderas que, además del temor
experimentado en un típico DSPT, provocará profundos cambios en el carácter.
(*) Nomenclador médico
estadounidense
En esta última
tipología, el niño, en un esfuerzo por procesar el trauma, utiliza todos sus
mecanismos de defensa, exhibiendo, por lo general, una negación absoluta,
represión, disociación, anestesia, autohipnosis, identificación con el agresor
y agresión vuelta hacia sí mismo.
Con un único
episodio traumático las posibilidades de recurrencia son, en la mayoría de los
casos, escasas. Muchos niños reciben el apoyo de sus familias luego de la
situación traumática. Mientras que en estos violentos vecindarios es importante
que los niños tengan el apoyo y la comprensión de su grupo familiar, ¿cómo
pueden ser protegidos cuando la misma familia es también una víctima
traumatizada por la violencia crónica, situaciones de pérdida y muerte? Muchos de esos niños también deben soportar
la condiciones de pobreza, abuso por
parte de sus padres y violencia doméstica. Estos hechos debilitan aún más sus
sistemas de defensa. Cuando los padres intentan proteger a sus niños de la
violencia crónica y la drogadicción imperante en sus comunidades lo hacen
privándolos de toda comunicación con el exterior. Los obligan a permanecer
puertas adentro, coartando las necesidades que tiene el niño de socialización y
de exploración de su entorno.
Se ha
investigado mucho sobre el tratamiento de DSPT y de traumas. Sin embargo, la
implicancia que esto posee para los chicos que viven en estas comunidades
recién ha comenzado a ser explorada. En mi trabajo con estos niños he
descubierto que las artes creativas son una forma de tratamiento efectiva. Las
investigaciones sobre DSPT y las intervenciones sugeridas al respecto han sido
fácilmente incorporadas a mi trabajo como arte terapeuta creativo. He
descubierto que muchas de las conclusiones referidas al tratamiento de esta
clase de población se correspondían con mi propio marco teórico y mi formación
y experiencia profesionales.
Johnson (1987)
propone que el arte terapia puede llegar a ser una modalidad efectiva en el
tratamiento de traumas. Sugiere que el proceso neurológico de una situación
traumática es totalmente ineficaz en sus esfuerzos por proteger al yo de
estímulos o situaciones de terror que lo sobrepasen. También sugiere que el
trauma puede ser codificado a través de la memoria visual y fotográfica,
explicando, en consecuencia, por qué los recuerdos traumáticos no son
fácilmente accesibles. El acceso a los mismos, por lo tanto, depende de que el
paciente reconozca estímulos sensoriales similares. El arte terapia puede ser
el eslabón que ayude a ´develar´ el evento que disparó el trauma. El autor lo
explica como un proceso en tres etapas: acceder a los recuerdos traumáticos;
cambiar el hecho de que sea revivido a que sea recordado sin la intensidad
afectiva de la primera vez; reintegrar al paciente a su cotidianeidad (Johnson,
1987).
Los tres pasos
del proceso de Johnson son similares a lo que es comúnmente conocido como
modelo de “cuestionamiento:” (*) a las
víctimas se les da la oportunidad de revivir el trauma o de discutir las
emociones que experimentaron, en un entorno de contención y seguridad.
Cuestionar o reexperimentar el trauma ayuda, con frecuencia, a que la víctima
recupere el control sobre su entorno. Sin embargo, en traumas persistentes no
se trata de la ocurrencia de un solo incidente sino de temor y pérdidas constantes
que necesitan ser tratadas. Por lo que, en esos casos, una terapia a corto
plazo o este método de cuestionamiento no son aconsejables.
(*) N. del T.:
En inglés debriefing: cuestionar, interrogar, solicitar detalles de un
suceso
Es importante ayudar al niño para que, en su
relación con el terapeuta, pueda desarrollar confianza en sí mismo, control
interno, autoestima y relaciones de confianza mutua con el otro.
James
Garbarino, Presidente del Instituto Erikson, explica que el tratamiento de DSPT
en un único episodio traumático es muy diferente al tratamiento de situaciones
traumáticas sostenidas. Como en éstas últimas no hay “post” trauma, la terapia
que se recomienda es aquella que incluya las relaciones cercanas del niño, como
su familia, amigos y docentes. Desafortunadamente, muchas de las víctimas de
traumas que viven en vecindarios peligrosos no pueden contar ni con su entorno
ni con sus relaciones cercanas.
Garbarino y
otros (1992) creen que el material inconsciente del niño debe ser interpretado
y traído a la conciencia por un profesional adecuadamente entrenado,
interviniendo en un contexto en el que se de una relación segura y de
contención. La confianza y el tipo de relación que se requiere para el
tratamiento de traumas persistentes es lo que Robbins (1987) llama la creación
de un entorno de contención o lo que Winnicott (1971) definió como espacio
transicional. Los arte terapeutas poseen las artes como arma para regular y
monitorear el “descubrimiento” de traumas. Un terapeuta bien entrenado puede
reforzar los sistemas defensivos del niño, esperando que el trauma salga a la luz cuando se haya
establecido un ambiente de confianza y seguridad. “Cuando los niños llegan a
confiar en un adulto y a sentirse protegidos por él, es mucho más fácil que se
abran y confíen hasta sus pensamientos más secretos” (Garbarino y otros, 1992).
Es muy probable que una vez que la confianza se haya instalado, los temores del
niños aparezcan, permitiendo entonces al terapeuta comenzar el verdadero
tratamiento.
En mi contacto
profesional con niños que han sido persistentemente traumatizados, he
experimentado cuan difícil es acceder a ellos a través de la comunicación
verbal. Su deficiente funcionamiento verbal se debe, en parte, a lo que Johnson
(1987) describió como procesamiento neurológico fotográfico del trauma (la
codificación del trauma como memoria visual). Adicionalmente, estos niños
cargan con la prohibición (verbalizada y no verbalizada) por parte de su
familia de revelar “secretos.” Muchos tienen miedo de que, si hablan sobre su
trauma, puedan ser puestos en hogares de adopción. El arte terapia les da a los
niños una vía de expresión segura en la cual pueden trabajar sobre sus traumas
sin miedo a sentir que están traicionando a sus familias.
En terapia,
deberían utilizarse metáforas que no sean vividas como una amenaza para que los
niños puedan explorar sus traumas y los sentimientos que los rodean (Garbarino,
1992). Las metáforas proveen un adecuado distanciamiento y una segura
proyección. Como arte terapeutas creativos estamos entrenados en el lenguaje de
las metáforas por lo que un diálogo de este tipo con el niño puede facilitarnos
interpretar su mundo interior.
Las
características del niño crónicamente traumatizado son la falta de control,
baja autoestima y un miedo difuso. El desenmascaramiento de un trauma
inevitablemente producirá regresión. Por lo tanto es de vital importancia
trabajar en varios frentes a la vez, como el desarrollo de la confianza y la
autoestima para de esa manera minimizar
las posibilidades de futuros traumas. Realizar todas estas tareas requiere una
cuidadosa selección de materiales. Primeramente se debe evaluar el grado de
desarrollo y las habilidades cognitivas del niño para así presentarle material
sobre el que él pueda ejercer algún tipo de control en caso de que se presente
una regresión.
En mi práctica
me ha parecido valioso el uso de historias. Utilizado por Gardner (1971) en su
trabajo con niños, las historias son una importante forma de comunicación.
Precisamente equilibran la salida a la luz del trauma con el desarrollo de una
sensación de dominio y control. Muchos de los niños mayores de ocho años con
los que he trabajado prefieren crear una historia antes que inventar un juego.
Pareciera que al contar historias tienen mayor control sobre su regresión. La
historia provee de dos componentes importantes: el trabajo artístico, que
facilita el debilitamiento de las defensas para descubrir y trabajar sobre el
trauma, y la historia en sí misma, que posee una estructura de comienzo, medio
y final. Más aún, la historia le otorga al sujeto un distanciamiento adecuado,
le permite proyectar sentimientos en caracteres externos y no deja de ser un
vehículo de comunicación entre terapeuta y cliente.
En los dos
casos siguientes ilustraré el uso de historias con mis clientes luego de haber
logrado establecer un ambiente seguro y confiable para ellos.
CASO 1
Una niña de
ocho años y su familia me fueron derivadas debido a la adicción al crack que
sufría la madre. La familia estaba compuesta por la madre, la hija y dos hijos
más, de doce y un año. La familia vivía en el vecindario que mencioné con
anterioridad, en un edificio en el que también vivían traficantes de drogas. La
hija no tenía buena comunicación verbal, era introvertida y brusca en sus
afectos. Asistía fielmente a la escuela pero tenía dificultades de aprendizaje.
Los docentes atribuían sus bajas notas a su preocupación por asuntos externos
al colegio y a su falta de concentración. Durante el último año la madre había
estado recibiendo tratamientos para su adicción pero continuaba utilizando el
crack de manera activa. Vi a la niña por primera vez en una sesión familiar.
Ella estuvo muy callada y le pidió a su hermano mayor que hablase por ella. La
seguí viendo en sesión familiar durante varios meses. Sus pinturas eran bien
una imitación de las de su madre y su hermano o sólo corazones. Con el tiempo,
comenzó a venir a sesión de forma individual y el contenido de nuestras
sesiones empezó a girar alrededor de estos corazones.
Hubo corazones
durante meses: corazones de papel, corazones pintados, familias de corazones.
Luego de siete meses de tratamiento, un día me preguntó si podía mostrarme
algo. Cerró su mano y puso su puño en la pintura roja. Luego lo estampó sobre
el papel simulando la forma de un pie y con un pincel le agregó los dedos. Me
explicó que se trataba de pies de bebés. Le pedí que continuase pintando y que
desarrollase una historia sobre los bebés. Pintó una casa y comenzó así su
historia: “Había ocho bebés,” (le puso un nombre a cada uno) “Los bebés estaban
caminando alrededor de la casa pero no podían entrar. Estaba nevando y murieron
congelados.” Luego enmarcó la pintura y a su texto juntos y la colgó en la
pared. A través de la metáfora de los bebés muertos, la paciente reveló sus
miedos internos y su rabia por primera vez, como resultado de esa revelación
pude encarar el trauma. Parecía que la súplica de los bebés reflejaba su propia
inhabilidad para acceder a su madre drogadicta. Ya que no era posible remover
el trauma (esto es, la adicción de la madre), le sugerí lugares alternativos en
los que los bebés podrían encontrar calor. Al desarrollarse la historia, la
niña ensayó varios escenarios alternativos; por ejemplo, los bebés visitarían a
vecinos o familiares que cuidarían de ellos y así no morirían. Comprendió que
otras personas amaban a los bebés y que harían cosas por salvarlos.
Nuestras
sesiones finalizaron cuando el padre de los tres niños obtuvo la custodia de
los mismos y los llevó a vivir con él. Un mes más tarde volvieron a visitarme.
En esta última sesión pude ver que estaban todos muy felices, y por sobre todo,
se sentían seguros.
CASO 2
Un niño de
diez años fue traído a consulta por su madre ya que mentía y se portaba mal en
la escuela. La madre dijo que la terapia era la última alternativa. Ella había
decidido ponerlo pupilo si su conducta no mejoraba. Hijo único, vivía con su
madre en el mismo condominio que la familia del Caso 1.
Ambos vivían
en el primer piso de un área donde se escuchaban tiros con frecuencia. La madre
contó sobre como se metían bajo la cama cada vez que los tiros sonaban cerca.
Recientemente el niño había experimentado varias pérdidas: dos años atrás había
muerto su abuela, quien vivía con ellos, luego su padre los abandonó. Un año
antes su tío había sido muerto de un tiro. El niño había sido testigo de un
tiroteo en el que un hombre recibió un disparo en la cabeza.
En la primer
sesión individual me pidió hacer un dibujo espontáneo. Eligió papel y
marcadores finos para dibujar un edificio. El edificio fue completado, de forma
lenta y meticulosa, con trazos hechos con marcadores rojos que le confirieron
un aspecto diabólico, casi explosivo. Los alrededores del edificio eran
prominentes y negros, como para contener el fuego. El niño se comportaba
sorprendentemente bien conmigo y con una amplia sonrisa habló con total
libertad, me confió su deseo de dejar de mentir y me habló de su esperanza de
que la terapia lo ayudase. “Me gusta la terapia, es buena para mí,” me dijo. Me
extrañó el contenido de su revelación y su buena disposición. En contraste, su
trabajo parecía representar un alto nivel de ansiedad, rabia y deseo por un
control excesivo. Había una clara disparidad entre las palabras y las imágenes.
La segunda
sesión fue con el niño y su madre. Le pedí a cada uno que dibujase una familia;
el se dibujó a sí mismo y a su madre. La madre de su dibujo era bastante
inquietante. Era enorme, avasallante, casi sin forma y agresiva. El niño en el
dibujo era más pequeño, manso, desvalido e inmóvil.
Un par de
sesiones con la madre demostraron que las expectativas para consigo misma y
para con su hijo eran demasiado altas.
La madre también temía la influencia que la droga y las pandillas
pudiesen tener sobre su hijo por lo que no le permitía salir a jugar al patio
común. A medida que trabajaba con esta mujer empecé a sentir compasión hacia
ella. En todo momento parecía tratar con todas sus fuerzas de “hacer las cosas
bien.” Su propia madre había sido alcohólica y siempre ausente por lo que en la
relación con su propio hijo estaba tratando de compensar por lo que ella había
sufrido. Aún así, estaba tan presente y era tan intrusiva que estaba sofocando
al chico.
Una
conversación con una de las maestras del niño reveló que su comportamiento en
la escuela era drásticamente diferente cuando su madre estaba presente que
cuando no estaba.
Comencé a ver
al niño una vez por semana. Llegaba a la sesión siempre sonriente y deseoso de
comenzar a trabajar. La comunicación verbal carecía de sentido ya que sus
respuestas parecían estar en función de agradarme o de decir “lo correcto.” Por
lo tanto nunca le hice preguntas, pero sí le hablé a su verdadero yo a través
de las metáforas y los símbolos que aparecían en su producción artística.
Le sugerí que
cada uno de nosotros haría una pintura y luego contaríamos una historia sobre
las mismas. El me pidió que yo fuese la primera. Pinté un niño en un campo
lleno de árboles y la historia se refirió a ese niño caminando por ese pedazo
de tierra repleto de árboles navideños donde a cada árbol se le permitía ser él
mismo. Cada árbol era diferente, con diferentes adornos y disposición de ramas.
De pronto el niño se encontró con dos árboles, uno pequeño y otro grande, ambos
iguales. El pequeño estaba plantado al cobijo de las ramas del más grande. Ya
que la única luz solar que el árbol pequeño recibía era la que se filtraba a
través del árbol grande, el árbol pequeño estaba creciendo idéntico al árbol más
grande. Pero, el árbol pequeño se sentía triste porque no podía crecer como el
árbol que él realmente era.
El niño de
inmediato reaccionó a mi historia expresando tristeza por el árbol que no podía
llegar a ser como quería. Me preguntó si se podía replantar el árbol pequeño
lejos del grande para que pudiese recibir todo el sol que necesitaba. Le dije
que la sugerencia me interesaba pero que primero quería escuchar su historia.
Su pintura era
sobre una casa pequeña y un niño muy grande. Me contó la historia de un niño
que tuvo una pesadilla en la que crecía demasiado para el tamaño de su casa,
tanto que lo enviaron lejos porque asustaba a su familia.
Juntos
exploramos los diferentes lugares que serían lo suficientemente grandes para
este niño y el sugirió construir una casa en el pedazo de tierra donde se
encontraban los árboles navideños de mi historia. Su sugerencia marcó el inicio
de un proceso de dos meses de duración en el cual desarrollamos un libro de
historias que fusionaba la mía con la de él. Los niños de cada una se hicieron
amigos. Pasamos muchas semanas desarrollando un lazo amistoso entre ambos. Los
niños construyeron una casa lo suficientemente grande para que los albergase a
ambos, cambiaron el árbol de navidad de lugar, miraban televisión y compartían
toda clase de juegos. A medida que la relación entre ambos niños progresaba,
también lo hacía la confianza entre él y yo.
Durante este
tiempo también trabajé con la madre del niño, tratando de hacerle entender que
sus altas expectativas estaban dañando a su hijo y que sus continuas amenazas
de abandono surtían efectos negativos en él. La mujer empezó a tomar conciencia
de los temores de su hijo, a tal punto que comenzó a manejarlo de una manera
más adaptada, estableciendo un sistema de conducta basado en respuestas
positivas en contraposición a las negativas usuales. Estaba también aprendiendo
sobre las características que hacen al desarrollo de los niños y sobre el
normal -y por demás común- “mal” comportamiento que muchos niños de diez años a
menudo exhiben. Como resultado, empezó a otorgarle más libertad a su hijo. En
síntesis, estaba comenzando a reconocer al hijo verdadero.
Luego de que
finalizáramos nuestras historias, el niño comenzó a tener pesadillas que
aludían a impulsos agresivos y violentos. Las pesadillas eran tan severas que
se despertaba gritando y temblando, obligando a su madre a dormir con él. Una
noche soñó que un hombre había sido enviado a su casa para matarlo, lo que le
hizo creer que iba a morir pronto. Los traumas de las pérdidas que había
sufrido el niño y su miedo a la muerte estaban empezando a aparecer.
Cuando le
pregunté de donde venía el hombre me explicó que dentro de él había un demonio
que le decía que hiciese cosas “malas” y que este demonio había enviado al
hombre. Estaba claro que el niño conectaba su “mal” comportamiento con la violencia y con la muerte. Temía tanto
a esta parte “mala” que la había disociado en una entidad que llamaba demonio.
Ahora tenia que ayudarlo a ejercer alguna clase de control sobre la emergencia
de este trauma. Le sugerí entonces que dibujase los objetos que lo asustaban.
Por supuesto dibujó al demonio y al hombre que había sido enviado a matarlo.
Se hizo
evidente que comenzaba a sentir que ejercía alguna clase de control sobre estas
imágenes cuando inventó la historia de un ángel que vivía dentro de él y que lo
protegería peleando al demonio. Acto seguido me pidió que guardase las pinturas
del demonio en el cajón de mi escritorio. Comentó que su padre vendría y
pelearía con el demonio si fuese necesario, revelando así cuánto sentía la
pérdida del padre. La aparición de sus defensas y su control sobre el demonio
así como su creencia en mi capacidad para protegerlo hicieron que las
pesadillas desaparecieran así como también las fantasías de ser asesinado.
Durante las
sesiones siguientes confrontamos al ángel y al demonio en las pinturas y en las
historias. Le pedí que dibujase un ángel y un demonio y que escribiese una
lista de todas las cosas malas que el demonio hacía y todas las cosas buenas
que el ángel hacía. Enfrentando al demonio cada semana y llegando a conocer sus
características hizo que dejase de temerle tanto. Comenzó a integrarlo a su
propia personalidad. Eventualmente confeccionó una lista de las cosas “malas” y
“buenas” que él mismo hacía. Comenzó a aceptar responsabilidades por sus
acciones, ya fueran malas o buenas. Las mentiras cesaron y su comportamiento en
la escuela mejoró. Encaramos el trauma de las pérdidas a través de collages y
cartas de despedida, lo que hizo que el niño lentamente comenzara a expresar
–verbalmente- pena, rabia y el miedo a la muerte.
Aunque este
niño nunca fue abusado físicamente estaba traumatizado a partir de su continuo
contacto con la violencia y la pérdida. Más aún, los temores de su madre por el
entorno en el que vivían eran proyectados en su hijo. Su identificación con la
rígida necesidad de su madre de educar a un “hijo bueno” causó la disociación
de la parte mala de su yo.
En conclusión,
los casos expuestos demuestran que los traumas persistentes pueden originarse
tanto en el ambiente externo como dentro del hogar del propio niño. Pueden bien
ser el resultado de un episodio de violencia directa o, como en el segundo
caso, el intenso temor de que algo violento ocurra. En un entorno de riesgo
tanto externo como interno, el tratamiento debe desarrollarse con sumo cuidado
y discreción. Tratar estos casos de trauma persistente requiere un enfoque
diferente del tratamiento de aquellos episodios de trauma aislado. El arte
terapia, en todas sus formas, y especialmente mediante la narración de
historias, probó ser adecuado en el tratamiento de poblaciones expuestas a este
tipo de traumas; ya que provee la toma de distancia, la posibilidad de
expresión, dominio y control de la situación, pero, por sobre todo, seguridad y
confianza.
Versión
castellana: Luis Formaiano
Junio
2002
La ilustración pertenece a mi obra "Serie de los Chakras", serie 7 obra 44
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