miércoles, 21 de noviembre de 2012

ARTETERAPIA Y TRAUMA DIFUSO



Arte Terapia y Situaciones Traumáticas Sostenidas: Trabajando con Niños en Comunidades Violentas (*)

Por Ava Avidar

(*) Traducción del artículo “Art Therapy and Pervasive Trauma: Working with Children in Violent Communities.”


La  autora explora cómo la violencia crónica dentro y fuera del hogar produce una población que padece de trauma sostenido, cuyo tratamiento difiere del de aquella población que sufre un único episodio traumático. A través de dos casos, la autora demostrará cómo el arte terapia, y en especial la narración de historias, son efectivos como tratamiento, particularmente en aquellos casos en los que la situación traumática es continua.

El haber estado trabajando, durante el último año, en una de las zonas de viviendas pobres más violentas de Nueva York, me ha hecho tomar conciencia de las tremendas dificultades que niños y familias enteras deben soportar cada día. Estos hechos ocurren tanto dentro de sus hogares como de la comunidad e incluyen muertes, drogas, crímenes y violencia doméstica.
A menudo, en mi tarea como terapeuta e investigadora de casos, escucho las experiencias de mis clientes referidas a crímenes violentos o por drogas. Estas experiencias incluyen homicidios, heridas de bala recibidas por inocentes, asaltos debidos a drogas y balas perdidas. Mis clientes también han descripto la constante “sonata” de tiros que los arrullan cada noche. Pero no necesito basarme en sus relatos para entender el horror de la violencia comunitaria ya que yo también escucho esos disparos en la calle. En varias ocasiones durante mi trabajo con esta comunidad he sido testigo de cómo todo un vecindario fue tomado como rehén por dos bandas rivales encarnizadas en una lucha territorial por drogas. Durante esas luchas se pueden escuchar tiros durante el día y se aconseja no caminar por ciertas calles. A mis clientes les sugiero que no salgan de sus departamentos, los trabajadores vuelven temprano a sus casas, a menudo escoltados fuera del vecindario por la policía.
En las épocas en las que por alguna razón me he ausentado de esas zonas violentas no dejaba de preguntarme por las familias que allí vivían: cómo se las arreglaban los padres que deben ir al trabajo, los chicos que van a la escuela y los preescolares en su Jardín de Infantes. Sus vidas no dan lugar a que puedan postergar cosas –como yo puedo en mi caso- para otro momento, así como tampoco pueden volver a un hogar “seguro”. Es más, el hogar, para muchos de ellos, es tan traumático como la calle.
Trabajando con esta población, he observado, a menudo, una reacción “normal,” “adaptada” a situaciones traumáticas sostenidas. Mis clientes me han enseñado cómo reaccionar en caso de encontrarme entre disparos y qué áreas debo evitar para no meterme en problemas. Me han contado sobre las diferentes bandas, los territorios que manejan y los miembros y líderes que las componen, muchos de los cuales son adolescentes. Me cuentan también sobre las requisas de drogas y de aquellos traficantes cuya liberación de la cárcel provocará nuevos enfrentamientos entre bandas. En varias oportunidades me han llamado para alertarme sobre un tiroteo, aconsejándome que me apurase a volver a mi casa –  asumen que no poseo la habilidad – que ellos tienen-  para sobrevivir en esta zona de guerra.
¿Qué efectos patológicos y para el desarrollo tiene el vivir en este clima permanente de violencia tanto en esos niños como en sus familias? Qué costo tiene su “ajuste” a esta clase de ambiente?

De acuerdo a un estudio hecho por Dubrow y Garbarino (1988) la exposición a violencia crónica necesita de una acomodación en el desarrollo y produce efectos en los procesos interpersonales, cognitivos, de conducta y psicológicos. Garbarino, Kostelny y Dubrow (1991) han reportado que “las situaciones de peligro crónicas imponen al sujeto la realización de ajustes y acomodaciones en su desarrollo que seguramente incluirán Desórdenes de Stress Post Traumático (DSPT) persistentes, conllevando alteraciones de la personalidad y grandes cambios en los patrones de comportamiento....” 
Un estudio similar sobre la respuesta de un grupo de niños a situaciones de violencia sostenida fue realizado de Nueva Orleáns con características similares al de Nueva York (Osofsky, Wewers, Hann y Fick, 1993). El estudio arrojó conclusiones similares a las de Dubrow y Garbarino (1988). Basado en sus propias conclusiones así como también en las de otros dos estudios similares hechos por Richters & Martinez (1993) y Pynoos & Nader (1989), determinaron que aquellos niños que viven en situaciones de perpetua violencia poseen, a diferencia de los que viven en entornos sin ese peligro, las siguientes características: falta de concentración debida a la falta de sueño; deterioro en su memoria; déficit de atención; reducido control de sus impulsos; apego ansioso a sus madres; miedo a dormir o a ser dejados solos; juegos agresivos que pueden imitar la violencia que han experimentado o que exhiben un desesperado intento por protegerse; actividades, investigaciones y pensamientos de carácter restringido debidos al temor de re experimentar la situación traumática; aislamiento; y, finalmente, insensibilidad frente a la pérdida, al dolor y al miedo.
Esta insensibilidad a las amenazas y a las consecuencias de comportamientos violentos es lo que Garbarino, Kostelny y Dubrow (1991) describen como adaptación patológica a la violencia crónica, que a menudo se manifiesta como una adictiva necesidad de exponerse a situaciones de riesgo y a entablar interminables confrontaciones con el peligro. Lorion y Saltzman (1993) creen que este tipo de comportamiento puede ser el resultado de sentimientos de desesperanza,  irremediabilidad y, a la vez, un esfuerzo por recuperar el control sobre sus propias vidas.

Los comportamientos descriptos en estos estudios reflejan lo que el DSMIII R (*) caracteriza como sintomáticos de (DSPT) Desórdenes de Stress Post Traumático.  Utilizando este último como índice en su estudio sobre niños en edad escolar, Terr (1991) y Pynoos (Pynoos & otros, 1989) han confirmado que una experiencia de violencia a menudo provoca DSPT. Terr (1991) separa el trauma en dos clases de desórdenes: Tipo 1, un único episodio traumático cuyas consecuencias a menudo provocan DSPT; y Tipo 2, situaciones traumáticas múltiples y duraderas que, además del temor experimentado en un típico DSPT, provocará profundos cambios en el carácter.


(*) Nomenclador médico estadounidense

En esta última tipología, el niño, en un esfuerzo por procesar el trauma, utiliza todos sus mecanismos de defensa, exhibiendo, por lo general, una negación absoluta, represión, disociación, anestesia, autohipnosis, identificación con el agresor y agresión vuelta hacia sí mismo.

Con un único episodio traumático las posibilidades de recurrencia son, en la mayoría de los casos, escasas. Muchos niños reciben el apoyo de sus familias luego de la situación traumática. Mientras que en estos violentos vecindarios es importante que los niños tengan el apoyo y la comprensión de su grupo familiar, ¿cómo pueden ser protegidos cuando la misma familia es también una víctima traumatizada por la violencia crónica, situaciones de pérdida y muerte?  Muchos de esos niños también deben soportar la   condiciones de pobreza, abuso por parte de sus padres y violencia doméstica. Estos hechos debilitan aún más sus sistemas de defensa. Cuando los padres intentan proteger a sus niños de la violencia crónica y la drogadicción imperante en sus comunidades lo hacen privándolos de toda comunicación con el exterior. Los obligan a permanecer puertas adentro, coartando las necesidades que tiene el niño de socialización y de exploración de su entorno.
Se ha investigado mucho sobre el tratamiento de DSPT y de traumas. Sin embargo, la implicancia que esto posee para los chicos que viven en estas comunidades recién ha comenzado a ser explorada. En mi trabajo con estos niños he descubierto que las artes creativas son una forma de tratamiento efectiva. Las investigaciones sobre DSPT y las intervenciones sugeridas al respecto han sido fácilmente incorporadas a mi trabajo como arte terapeuta creativo. He descubierto que muchas de las conclusiones referidas al tratamiento de esta clase de población se correspondían con mi propio marco teórico y mi formación y experiencia profesionales.
Johnson (1987) propone que el arte terapia puede llegar a ser una modalidad efectiva en el tratamiento de traumas. Sugiere que el proceso neurológico de una situación traumática es totalmente ineficaz en sus esfuerzos por proteger al yo de estímulos o situaciones de terror que lo sobrepasen. También sugiere que el trauma puede ser codificado a través de la memoria visual y fotográfica, explicando, en consecuencia, por qué los recuerdos traumáticos no son fácilmente accesibles. El acceso a los mismos, por lo tanto, depende de que el paciente reconozca estímulos sensoriales similares. El arte terapia puede ser el eslabón que ayude a ´develar´ el evento que disparó el trauma. El autor lo explica como un proceso en tres etapas: acceder a los recuerdos traumáticos; cambiar el hecho de que sea revivido a que sea recordado sin la intensidad afectiva de la primera vez; reintegrar al paciente a su cotidianeidad (Johnson, 1987).
Los tres pasos del proceso de Johnson son similares a lo que es comúnmente conocido como modelo de “cuestionamiento:” (*)  a las víctimas se les da la oportunidad de revivir el trauma o de discutir las emociones que experimentaron, en un entorno de contención y seguridad. Cuestionar o reexperimentar el trauma ayuda, con frecuencia, a que la víctima recupere el control sobre su entorno. Sin embargo, en traumas persistentes no se trata de la ocurrencia de un solo incidente sino de temor y pérdidas constantes que necesitan ser tratadas. Por lo que, en esos casos, una terapia a corto plazo o este método de cuestionamiento no son aconsejables. 

(*) N. del T.: En inglés debriefing: cuestionar, interrogar, solicitar detalles de un suceso

Es importante ayudar al niño para que, en su relación con el terapeuta, pueda desarrollar confianza en sí mismo, control interno, autoestima y relaciones de confianza mutua con el otro.
James Garbarino, Presidente del Instituto Erikson, explica que el tratamiento de DSPT en un único episodio traumático es muy diferente al tratamiento de situaciones traumáticas sostenidas. Como en éstas últimas no hay “post” trauma, la terapia que se recomienda es aquella que incluya las relaciones cercanas del niño, como su familia, amigos y docentes. Desafortunadamente, muchas de las víctimas de traumas que viven en vecindarios peligrosos no pueden contar ni con su entorno ni con sus relaciones cercanas.
Garbarino y otros (1992) creen que el material inconsciente del niño debe ser interpretado y traído a la conciencia por un profesional adecuadamente entrenado, interviniendo en un contexto en el que se de una relación segura y de contención. La confianza y el tipo de relación que se requiere para el tratamiento de traumas persistentes es lo que Robbins (1987) llama la creación de un entorno de contención o lo que Winnicott (1971) definió como espacio transicional. Los arte terapeutas poseen las artes como arma para regular y monitorear el “descubrimiento” de traumas. Un terapeuta bien entrenado puede reforzar los sistemas defensivos del niño, esperando que  el trauma salga a la luz cuando se haya establecido un ambiente de confianza y seguridad. “Cuando los niños llegan a confiar en un adulto y a sentirse protegidos por él, es mucho más fácil que se abran y confíen hasta sus pensamientos más secretos” (Garbarino y otros, 1992). Es muy probable que una vez que la confianza se haya instalado, los temores del niños aparezcan, permitiendo entonces al terapeuta comenzar el verdadero tratamiento.
En mi contacto profesional con niños que han sido persistentemente traumatizados, he experimentado cuan difícil es acceder a ellos a través de la comunicación verbal. Su deficiente funcionamiento verbal se debe, en parte, a lo que Johnson (1987) describió como procesamiento neurológico fotográfico del trauma (la codificación del trauma como memoria visual). Adicionalmente, estos niños cargan con la prohibición (verbalizada y no verbalizada) por parte de su familia de revelar “secretos.” Muchos tienen miedo de que, si hablan sobre su trauma, puedan ser puestos en hogares de adopción. El arte terapia les da a los niños una vía de expresión segura en la cual pueden trabajar sobre sus traumas sin miedo a sentir que están traicionando a sus familias.

En terapia, deberían utilizarse metáforas que no sean vividas como una amenaza para que los niños puedan explorar sus traumas y los sentimientos que los rodean (Garbarino, 1992). Las metáforas proveen un adecuado distanciamiento y una segura proyección. Como arte terapeutas creativos estamos entrenados en el lenguaje de las metáforas por lo que un diálogo de este tipo con el niño puede facilitarnos interpretar su mundo interior.
Las características del niño crónicamente traumatizado son la falta de control, baja autoestima y un miedo difuso. El desenmascaramiento de un trauma inevitablemente producirá regresión. Por lo tanto es de vital importancia trabajar en varios frentes a la vez, como el desarrollo de la confianza y la autoestima  para de esa manera minimizar las posibilidades de futuros traumas. Realizar todas estas tareas requiere una cuidadosa selección de materiales. Primeramente se debe evaluar el grado de desarrollo y las habilidades cognitivas del niño para así presentarle material sobre el que él pueda ejercer algún tipo de control en caso de que se presente una regresión.

En mi práctica me ha parecido valioso el uso de historias. Utilizado por Gardner (1971) en su trabajo con niños, las historias son una importante forma de comunicación. Precisamente equilibran la salida a la luz del trauma con el desarrollo de una sensación de dominio y control. Muchos de los niños mayores de ocho años con los que he trabajado prefieren crear una historia antes que inventar un juego. Pareciera que al contar historias tienen mayor control sobre su regresión. La historia provee de dos componentes importantes: el trabajo artístico, que facilita el debilitamiento de las defensas para descubrir y trabajar sobre el trauma, y la historia en sí misma, que posee una estructura de comienzo, medio y final. Más aún, la historia le otorga al sujeto un distanciamiento adecuado, le permite proyectar sentimientos en caracteres externos y no deja de ser un vehículo de comunicación entre terapeuta y cliente.
En los dos casos siguientes ilustraré el uso de historias con mis clientes luego de haber logrado establecer un ambiente seguro y confiable para ellos.

CASO 1

Una niña de ocho años y su familia me fueron derivadas debido a la adicción al crack que sufría la madre. La familia estaba compuesta por la madre, la hija y dos hijos más, de doce y un año. La familia vivía en el vecindario que mencioné con anterioridad, en un edificio en el que también vivían traficantes de drogas. La hija no tenía buena comunicación verbal, era introvertida y brusca en sus afectos. Asistía fielmente a la escuela pero tenía dificultades de aprendizaje. Los docentes atribuían sus bajas notas a su preocupación por asuntos externos al colegio y a su falta de concentración. Durante el último año la madre había estado recibiendo tratamientos para su adicción pero continuaba utilizando el crack de manera activa. Vi a la niña por primera vez en una sesión familiar. Ella estuvo muy callada y le pidió a su hermano mayor que hablase por ella. La seguí viendo en sesión familiar durante varios meses. Sus pinturas eran bien una imitación de las de su madre y su hermano o sólo corazones. Con el tiempo, comenzó a venir a sesión de forma individual y el contenido de nuestras sesiones empezó a girar alrededor de estos corazones.

Hubo corazones durante meses: corazones de papel, corazones pintados, familias de corazones. Luego de siete meses de tratamiento, un día me preguntó si podía mostrarme algo. Cerró su mano y puso su puño en la pintura roja. Luego lo estampó sobre el papel simulando la forma de un pie y con un pincel le agregó los dedos. Me explicó que se trataba de pies de bebés. Le pedí que continuase pintando y que desarrollase una historia sobre los bebés. Pintó una casa y comenzó así su historia: “Había ocho bebés,” (le puso un nombre a cada uno) “Los bebés estaban caminando alrededor de la casa pero no podían entrar. Estaba nevando y murieron congelados.” Luego enmarcó la pintura y a su texto juntos y la colgó en la pared. A través de la metáfora de los bebés muertos, la paciente reveló sus miedos internos y su rabia por primera vez, como resultado de esa revelación pude encarar el trauma. Parecía que la súplica de los bebés reflejaba su propia inhabilidad para acceder a su madre drogadicta. Ya que no era posible remover el trauma (esto es, la adicción de la madre), le sugerí lugares alternativos en los que los bebés podrían encontrar calor. Al desarrollarse la historia, la niña ensayó varios escenarios alternativos; por ejemplo, los bebés visitarían a vecinos o familiares que cuidarían de ellos y así no morirían. Comprendió que otras personas amaban a los bebés y que harían cosas por salvarlos.

Nuestras sesiones finalizaron cuando el padre de los tres niños obtuvo la custodia de los mismos y los llevó a vivir con él. Un mes más tarde volvieron a visitarme. En esta última sesión pude ver que estaban todos muy felices, y por sobre todo, se sentían seguros.

CASO 2

Un niño de diez años fue traído a consulta por su madre ya que mentía y se portaba mal en la escuela. La madre dijo que la terapia era la última alternativa. Ella había decidido ponerlo pupilo si su conducta no mejoraba. Hijo único, vivía con su madre en el mismo condominio que la familia del Caso 1.
Ambos vivían en el primer piso de un área donde se escuchaban tiros con frecuencia. La madre contó sobre como se metían bajo la cama cada vez que los tiros sonaban cerca. Recientemente el niño había experimentado varias pérdidas: dos años atrás había muerto su abuela, quien vivía con ellos, luego su padre los abandonó. Un año antes su tío había sido muerto de un tiro. El niño había sido testigo de un tiroteo en el que un hombre recibió un disparo en la cabeza.
En la primer sesión individual me pidió hacer un dibujo espontáneo. Eligió papel y marcadores finos para dibujar un edificio. El edificio fue completado, de forma lenta y meticulosa, con trazos hechos con marcadores rojos que le confirieron un aspecto diabólico, casi explosivo. Los alrededores del edificio eran prominentes y negros, como para contener el fuego. El niño se comportaba sorprendentemente bien conmigo y con una amplia sonrisa habló con total libertad, me confió su deseo de dejar de mentir y me habló de su esperanza de que la terapia lo ayudase. “Me gusta la terapia, es buena para mí,” me dijo. Me extrañó el contenido de su revelación y su buena disposición. En contraste, su trabajo parecía representar un alto nivel de ansiedad, rabia y deseo por un control excesivo. Había una clara disparidad entre las palabras y las imágenes.

La segunda sesión fue con el niño y su madre. Le pedí a cada uno que dibujase una familia; el se dibujó a sí mismo y a su madre. La madre de su dibujo era bastante inquietante. Era enorme, avasallante, casi sin forma y agresiva. El niño en el dibujo era más pequeño, manso, desvalido e inmóvil.
Un par de sesiones con la madre demostraron que las expectativas para consigo misma y para con su hijo eran demasiado altas.  La madre también temía la influencia que la droga y las pandillas pudiesen tener sobre su hijo por lo que no le permitía salir a jugar al patio común. A medida que trabajaba con esta mujer empecé a sentir compasión hacia ella. En todo momento parecía tratar con todas sus fuerzas de “hacer las cosas bien.” Su propia madre había sido alcohólica y siempre ausente por lo que en la relación con su propio hijo estaba tratando de compensar por lo que ella había sufrido. Aún así, estaba tan presente y era tan intrusiva que estaba sofocando al chico.
Una conversación con una de las maestras del niño reveló que su comportamiento en la escuela era drásticamente diferente cuando su madre estaba presente que cuando no estaba.

Comencé a ver al niño una vez por semana. Llegaba a la sesión siempre sonriente y deseoso de comenzar a trabajar. La comunicación verbal carecía de sentido ya que sus respuestas parecían estar en función de agradarme o de decir “lo correcto.” Por lo tanto nunca le hice preguntas, pero sí le hablé a su verdadero yo a través de las metáforas y los símbolos que aparecían en su producción artística.

Le sugerí que cada uno de nosotros haría una pintura y luego contaríamos una historia sobre las mismas. El me pidió que yo fuese la primera. Pinté un niño en un campo lleno de árboles y la historia se refirió a ese niño caminando por ese pedazo de tierra repleto de árboles navideños donde a cada árbol se le permitía ser él mismo. Cada árbol era diferente, con diferentes adornos y disposición de ramas. De pronto el niño se encontró con dos árboles, uno pequeño y otro grande, ambos iguales. El pequeño estaba plantado al cobijo de las ramas del más grande. Ya que la única luz solar que el árbol pequeño recibía era la que se filtraba a través del árbol grande, el árbol pequeño estaba creciendo idéntico al árbol más grande. Pero, el árbol pequeño se sentía triste porque no podía crecer como el árbol que él  realmente era.

El niño de inmediato reaccionó a mi historia expresando tristeza por el árbol que no podía llegar a ser como quería. Me preguntó si se podía replantar el árbol pequeño lejos del grande para que pudiese recibir todo el sol que necesitaba. Le dije que la sugerencia me interesaba pero que primero quería escuchar su historia.

Su pintura era sobre una casa pequeña y un niño muy grande. Me contó la historia de un niño que tuvo una pesadilla en la que crecía demasiado para el tamaño de su casa, tanto que lo enviaron lejos porque asustaba a su familia.
Juntos exploramos los diferentes lugares que serían lo suficientemente grandes para este niño y el sugirió construir una casa en el pedazo de tierra donde se encontraban los árboles navideños de mi historia. Su sugerencia marcó el inicio de un proceso de dos meses de duración en el cual desarrollamos un libro de historias que fusionaba la mía con la de él. Los niños de cada una se hicieron amigos. Pasamos muchas semanas desarrollando un lazo amistoso entre ambos. Los niños construyeron una casa lo suficientemente grande para que los albergase a ambos, cambiaron el árbol de navidad de lugar, miraban televisión y compartían toda clase de juegos. A medida que la relación entre ambos niños progresaba, también lo hacía la confianza entre él y yo.

Durante este tiempo también trabajé con la madre del niño, tratando de hacerle entender que sus altas expectativas estaban dañando a su hijo y que sus continuas amenazas de abandono surtían efectos negativos en él. La mujer empezó a tomar conciencia de los temores de su hijo, a tal punto que comenzó a manejarlo de una manera más adaptada, estableciendo un sistema de conducta basado en respuestas positivas en contraposición a las negativas usuales. Estaba también aprendiendo sobre las características que hacen al desarrollo de los niños y sobre el normal -y por demás común- “mal” comportamiento que muchos niños de diez años a menudo exhiben. Como resultado, empezó a otorgarle más libertad a su hijo. En síntesis, estaba comenzando a reconocer al hijo verdadero.

Luego de que finalizáramos nuestras historias, el niño comenzó a tener pesadillas que aludían a impulsos agresivos y violentos. Las pesadillas eran tan severas que se despertaba gritando y temblando, obligando a su madre a dormir con él. Una noche soñó que un hombre había sido enviado a su casa para matarlo, lo que le hizo creer que iba a morir pronto. Los traumas de las pérdidas que había sufrido el niño y su miedo a la muerte estaban empezando a aparecer.    
Cuando le pregunté de donde venía el hombre me explicó que dentro de él había un demonio que le decía que hiciese cosas “malas” y que este demonio había enviado al hombre. Estaba claro que el niño conectaba su “mal” comportamiento  con la violencia y con la muerte. Temía tanto a esta parte “mala” que la había disociado en una entidad que llamaba demonio. Ahora tenia que ayudarlo a ejercer alguna clase de control sobre la emergencia de este trauma. Le sugerí entonces que dibujase los objetos que lo asustaban. Por supuesto dibujó al demonio y al hombre que había sido enviado a matarlo.


Se hizo evidente que comenzaba a sentir que ejercía alguna clase de control sobre estas imágenes cuando inventó la historia de un ángel que vivía dentro de él y que lo protegería peleando al demonio. Acto seguido me pidió que guardase las pinturas del demonio en el cajón de mi escritorio. Comentó que su padre vendría y pelearía con el demonio si fuese necesario, revelando así cuánto sentía la pérdida del padre. La aparición de sus defensas y su control sobre el demonio así como su creencia en mi capacidad para protegerlo hicieron que las pesadillas desaparecieran así como también las fantasías de ser asesinado.

Durante las sesiones siguientes confrontamos al ángel y al demonio en las pinturas y en las historias. Le pedí que dibujase un ángel y un demonio y que escribiese una lista de todas las cosas malas que el demonio hacía y todas las cosas buenas que el ángel hacía. Enfrentando al demonio cada semana y llegando a conocer sus características hizo que dejase de temerle tanto. Comenzó a integrarlo a su propia personalidad. Eventualmente confeccionó una lista de las cosas “malas” y “buenas” que él mismo hacía. Comenzó a aceptar responsabilidades por sus acciones, ya fueran malas o buenas. Las mentiras cesaron y su comportamiento en la escuela mejoró. Encaramos el trauma de las pérdidas a través de collages y cartas de despedida, lo que hizo que el niño lentamente comenzara a expresar –verbalmente- pena, rabia y el miedo a la muerte.
Aunque este niño nunca fue abusado físicamente estaba traumatizado a partir de su continuo contacto con la violencia y la pérdida. Más aún, los temores de su madre por el entorno en el que vivían eran proyectados en su hijo. Su identificación con la rígida necesidad de su madre de educar a un “hijo bueno” causó la disociación de la parte mala de su yo.


En conclusión, los casos expuestos demuestran que los traumas persistentes pueden originarse tanto en el ambiente externo como dentro del hogar del propio niño. Pueden bien ser el resultado de un episodio de violencia directa o, como en el segundo caso, el intenso temor de que algo violento ocurra. En un entorno de riesgo tanto externo como interno, el tratamiento debe desarrollarse con sumo cuidado y discreción. Tratar estos casos de trauma persistente requiere un enfoque diferente del tratamiento de aquellos episodios de trauma aislado. El arte terapia, en todas sus formas, y especialmente mediante la narración de historias, probó ser adecuado en el tratamiento de poblaciones expuestas a este tipo de traumas; ya que provee la toma de distancia, la posibilidad de expresión, dominio y control de la situación, pero, por sobre todo, seguridad y confianza.

Versión castellana: Luis Formaiano
Junio 2002

La ilustración pertenece a mi obra "Serie de los Chakras", serie 7 obra 44

No hay comentarios:

Publicar un comentario