jueves, 27 de agosto de 2020

ARTE TERAPIA CON PATOLOGÍAS CRÓNICAS Taller de Arteterapia para personas viviendo con vih/sida


Acaba de aparecer el segundo volúmen de la colección DÉDALO de Arteterapia y Psicología.

Editado nuevamente por Editorial Dunken, esta vez, encontrarás actividades y recursos específicos para Arteterapia grupal, como lo fuera el Taller de Arteterapia para personas viviendo con vih/sida.

Con alrededor de 180 ilustraciones y casi 100 consignas con sus respectivos disparadores, éste volúmen comienza con una pregunta: ¿Cómo demostramos la efectividad de nuestras intervenciones? Propongo adentrarnos en el mundo de la metodología de la investigación en arteterapia, poniendo énfasis en el Estudio de Caso, del que veremos uno sobre Arteterapia y Depresión. Continuamos con los siete primeros proyectos del Taller de Arteterapia para personas viviendo con VIH/Sida, seguidos de más Estudios de Caso, que devendrán en Historias de Vida. El quinto y último capítulo, propone el armado de actividades grupales específicas y populares como, por ejemplo, “El Continente de Todos”. Este volumen finaliza con un listado de recursos actualizado. ¡Que disfruten el viaje!

Indice:

Prefacio

Introducción

Capítulo 1.     Metodología de la Investigación en Arteterapia. El Estudio de Caso en                 Arteterapia

                       Criterios de Evaluación en Arteterapia

                       La mirada cualitativa

Capítulo 2.     Estudio de Caso: Arteterapia y Depresión. Reconectar con la Vida

                        Revisión de la literatura sobre el tema

                        Marco Teórico

                        Introducción

                        Comenzar desde cero

                        De las emociones a la espiritualidad

                        De la espiritualidad a la acción

                        La vida, siempre elegir la vida

                        Conclusión

Capítulo 3.     Taller de Arteterapia para Personas viviendo con VIH/SIDA. Un proyecto para       la Vida

                        Introducción

                        Breve cronología del VIH

                        Una nueva mirada: ¿Cuánto ha cambiado?

                        Los proyectos 2004 – 2006              

                        Proyecto No. 1 Hacia Nuevos Horizontes

                        Proyecto No. 2 Espacios Vitales

                        Apertura del Grupo II

                        Proyecto No. 3 Colección de Estampillas

                        Proyecto No. 4 Historietas

                        Apertura del Grupo III

                        Proyecto No. 5 Mapa de las Emociones

                        Proyecto No. 6 Cuentos I

                        Proyecto No. 7 Cuentos II

Capítulo 4.     Historias de Vida

                        Beto: Un ejemplo de resiliencia, imágenes desde el abismo

                        Aníbal: Una nueva vida, una gran oportunidad

Capítulo 5.     Arteterapia Grupal. Actividades

                        Los dos Consorcios

                        El Continente de Todos

                        Nuestra Aldea

Bibliografía

                        Capítulo 1

                        Capítulo 2

                        Capítulo 3

                        Capítulo 4

Indice Onomástico

                       


martes, 21 de noviembre de 2017

ARTETERAPIA, ABORDAJES, ACTIVIDADES Y RECURSOS. Editorial Dunken


Ya está disponible mi libro: "ARTETERAPIA, ABORDAJES, ACTIVIDADES Y RECURSOS", editado por Editorial Dunken. Se trata del primero de una serie de varios volúmenes pertenecientes a la Colección Dédalo.

"La vida del arteterapeuta es una de las vidas más hermosas y gratificantes a las que podamos aspirar. Trabajamos con los colores del alma, tendiendo puentes hacia la salud y una mejor calidad de vida. Este primer volumen de la coleccion Dédalo, comienza con un tema del que aún no se ha dicho la última palabra: ¿Es el arte un lenguaje?, para llegar a conclusiones actuales y novedosas, sin pretender cerrar el tema. Luego, nos internamos en la practica del arteterapia individual con dos estudios de casos. El primero, Arteterapia y Autoconocimiento, plantea un recorrido por los catorce trabajos de una paciente en búsqueda de sí misma, y el segundo, un caso de Inhibición Creativa, nos sumerge en el inconsciente de un artista que no puede crear. Le siguen algunas particularidades sobre el trabajo con grupos en ámbitos institucionales, y cuenta con una introducción al Taller de Arteterapia para personas viviendo con Vih/Sida, tema que será desarrollado más ampliamente en el futuro. Para finalizar, los dos últimos capítulos versan sobre algo que los alumnos de las formaciones en Arteterapia han esperado por largo tiempo: un manual de consignas para trabajar individual o grupalmente y el armado de actividades específicas y populares como "Dejando Mochilas por el Camino" y "El Circo", finalizando con un listado de recursos tan importantes como lo son los libros de cuentos para utilizar como disparadores y también los temas musicales que pueden emplearse en los talleres de arteterapia."
De la contratapa

Por consultas y pedidos: luisformaiano@gmail.com

sábado, 5 de septiembre de 2015


INTEGRANDO LA DICOTOMÍA PERSONAL Y TEÓRICA EN LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD COMO ARTE TERAPEUTA por Arthur Robbins

(*) Traducción del artículo “Integrating the personal and theoretical splits in the struggle towards and identity as art therapist”


 
Como escultor, arte terapeuta y docente de arte terapia para principiantes y estudiantes avanzados, he luchado por encontrar una posición teórica que integre mi parte psicológica, verbal y objetiva; con mi parte artística, no verbal y simbólica. He estudiado las diversas líneas de pensamiento en arte terapia así como también las corrientes Psicoanalítica, Gestáltica, Humanística y Jungiana. Lo que se ha hecho patente en mi búsqueda de sentido es la íntima interrelación entre mi propio desarrollo personal y mi crecimiento profesional como arte terapeuta. Este proceso me ha hecho comprender que el clivaje, dentro del campo del arte terapia que enfrenta una teoría contra otra, sólo nos está perjudicando. El arte terapia puede ser considerada dentro de un sinnúmero de encuadres que dependen de un cierto número de factores incluyendo, el lugar, la gente, la duración del tratamiento, la profundidad y conocimientos del terapeuta así como su personalidad, sin mencionar la receptividad de cada paciente. Siento que en nuestra profesión debe haber lugar para búsquedas de identidad personales, diferencias en las definiciones y variedad en el encuadre si, como grupo, se supone que crezcamos y actuemos como un todo.

Me gustaría compartir con Uds mi propia evolución como terapeuta en las artes creativas a través de los símbolos, las imágenes y las teorías que han marcado mi desarrollo.

Como para tantos otros arte terapeutas, los símbolos y las imágenes se han transformado en íntimas codificaciones de mi experiencia. Estos desafían el reduccionismo de las palabras en tanto sostienen y reflejan la complejidad de mis afectos tempranos, conectando el pasado con el presente y marcando mi futuro. Como organizador de mi propio pasado, este mundo de símbolos e imágenes muestra mis propias polaridades de odio y amor, bien y mal.

Si debo compartir con Uds mi lucha por un sentido, debo entonces describir brevemente mis propios símbolos personales y cómo éstos han obrado sobre mis conflictos sobre la teoría detrás del arte terapia. Traten de imaginar un chico, con su rostro sucio, que parece estar totalmente perdido en sus juegos en el arenero. Ese era mi mundo, allí donde construía castillos de arena y profundos túneles inmerso en la húmeda textura de agua y arena. En ese lugar, definí y redefiní mis límites y encontré un lugar de refugio lejos de mi familia que siempre pedía demasiado conformismo, prolijidad y orden. El arenero era el lugar donde me sentía Rey, y donde se me dejaba solo para que disfrutara. El otro mundo era el de mi hermana. Ella era la estrella: una hermosa niña que ganaba trofeos, dibujaba bien y siempre estaba prolija y limpia. La búsqueda de “lo estético” era una búsqueda común de mi madre y mi hermana. Ese era un ámbito del que me sentía excluido, aunque secretamente envidiaba. No me atrevía a entrar en ese mundo por temor a la competencia y la comparación.
Al ir creciendo, me fui haciendo rebelde. Mis juegos en el arenero se extendieron a muchas áreas de mi vida. Me transformé en un joven estudiante desaliñado, desordenado y anticonformista quien, metafóricamente, tapaba desagotes y siempre desafiaba el orden existente.
Ya entrando en mi adultez, esa parte inconformista y oscura encontró una salida en el trabajo creativo como psicólogo, pero ese mundo verdaderamente creativo, el de la estética, no era mío. No podía dibujar ni pintar y hasta me sentía incómodo cuando entraba a un taller. Fue en ese momento que sentí que si verdaderamente deseaba lograr una armonía interior necesitaba aunar esta oscura y rebelde parte de mi ser con la parte luminosa, estética y creativa que estaba representada por el arte.

En mi análisis, ambas partes pelearon, se rebelaron y buscaron una síntesis concreta. Volver al arenero pareció una manera ideal de explorar esta integración. El arenero, a esta altura de mi vida, se transformó en el taller de la docente de escultura.

Recuerdo que me acerqué a su estudio con temor, temblando. La docente, una dama Rusa muy mayor, me miró y dijo de manera provocativa: “Bien, ¿qué está esperando?” Me apabulló e impresionó la libertad de este taller donde bien o mal no existían, no había instrucciones, pero mucho espacio. Aquí, recibí el permiso de conectarme con la arcilla y la suciedad, de oler y tocar el material. En realidad, recibí aprobación y estímulo. Lentamente, a través de conectar mi persona con el material que se me antojó como una forma de meditación, me sané. Empecé a sentirme más expansivo y seguro y algo creativo y estético comenzó a surgir. A medida que progresaba en mis esculturas, mi mundo profesional también se expandía. Mi práctica privada floreció y llegué a ser formador de otros terapeutas. Aún así, ambos mundos parecían seguir demasiado separados.

Un importante suceso tuvo lugar durante este período inicial de exploración de la arcilla: mi padre enfermó de cáncer y murió. Fue una experiencia espantosa, emocionalmente devastadora. Caí en una depresión y me volví taciturno, me sentía extraño respecto a mí mismo. Deseaba alguna forma simbólica de expresar el conflicto emocional en mi interior, ya que las palabras no alcanzaban para describir mi dolor. Cuando mis manos comenzaron a tratar de capturar esta intensa experiencia a través de la arcilla, pude atisbar lo que arte terapia era. Emergió una cabeza con profundos ojos vacíos y una boca que se replegaba sobre sí misma capturando mi sentido de la muerte: todo el vacío y la soledad como también mi desesperación. Al hundir mis uñas dentro de cada surco, sentí liberación, una sensación de estar en contacto con mi obra. Le mostré mi obra a mi analista esperando sus comentarios sobre mis sentimientos de desesperación y depresión. Recuerdo como tomó la obra en sus manos y exploró cuidadosamente todas sus partes antes de decir: “Todo está equilibrado, todo parece estar controlado. Este lado parece reflejar de manera exacta el lado opuesto.” El se preguntaba si mi obra reflejaba mi equilibrio y control internos. Se preguntaba si yo realmente estaba tan triste como decía estar, o si me obligaba a estar deprimido. El se preguntaba si no había algo más detrás de ese equilibrio y ese control. Poco después admití que tenía una sensación de alivio al verme liberado de la tarea de cuidar a mi padre y de la presión que eso había ejercido sobre mi persona. También pude reconocer que deseaba poder seguir adelante con mi vida. Lo que me sorprendió sobre la actitud de mi analista para con mi obra fue la conciencia que él tenía sobre mis defensas, mis estados de ánimo y mis afectos y fue precisamente su sensibilidad en responder a mis defensas que me hizo ver más allá de la imagen manifiesta.

Gradualmente comencé a interesarme en el campo del arte terapia. Sentía que ser un terapeuta privado full time era en extremo cansador, no solo por las largas horas en el consultorio sino por el hecho de ver un paciente tras otro. Necesitaba algo más activo, más participativo. Tuve la suerte de encontrar un trabajo part time enseñando Psicología a estudiantes de arte en el Instituto Pratt. Esta experiencia era verdaderamente diferente a la de enseñar a psicólogos. Los estudiantes allí percibían y comprendían a la gente a través de los ojos simbólicamente orientados del artista más que con la mirada lógica del científico.

Existía una reciprocidad entre lo que sucedía en el instituto y mi trabajo como escultor, que ahora había pasado de la piedra al metal. Pronto pude ver que había una sorprendente similitud entre el proceso creativo y el encuentro terapéutico. Comencé a escribir sobre el proceso creativo terapéutico, y en 1973 formulé el principio que decía que el arte terapia tenía las cualidades bien de una relación amorosa o de la temprana relación madre-hijo, donde la mayor parte de la comunicación es a través del tacto y lo no verbal (Robbins, 1973). Lo que advertí como fundamental era la creación de una fecunda relación a través del uso del arte y la simbolización. En tanto sabía que las capas más primitivas de la organización psíquica pueden ser fácilmente movilizadas y avasallar al yo, noté la importancia de la sensibilidad del arte terapeuta respecto a tomar distancia y a acercarse y crear un ambiente donde un paciente pueda atreverse a soportar estar a solas con sí mismo y hacer alguna clase de enunciación.

Al interesarme cada vez más en arte terapia comencé a revisar bibliografía. Primero leí a las dos gigantes en ese campo: Margaret Naumberg y Edith Kramer. Naumberg presentó una ortodoxa teoría del trabajo psicoanalítico aplicado al arte terapia. Desde este punto de vista, el arte era un puente, y un medio para lograr el insight como fuerza curativa del tratamiento. Aunque esta modalidad parecía apropiada para trabajar con neuróticos, yo tenía mis reservas al respecto. Me preguntaba si podía existir un conflicto entre esta aproximación que privilegiaba el insight y el proceso creativo y, luego de revisar algunos de sus casos clínico llegué a la conclusión de que el modelo psicoanalítico ortodoxo no se las entendía muy bien con el proceso de creación. Analizar el arte y a la vez ser abierto y espontáneo parecían excluirse mutuamente. Otro problema era que los arte terapeutas por lo general trabajaban con pacientes que caían bajo la categoría general de estados mentales primitivos: psicóticos, borderlines y graves trastornos del carácter. En estos pacientes, la finalidad del tratamiento más que pasar por el insight pasaba por la integración de sistemas internalizados de carácter difuso y separado.

Tratando de encontrar un encuadre teórico que combinase la excitación que produce el acto de la creación con formas de trabajar profundos conflictos personales, leí el texto de Edith Kramer (1979) que ponía el énfasis en el papel protagónico del arte en la experiencia del arte terapia. Más que abocarse a los fenómenos de transferencia y resistencia, esta autora enfatizaba la idea de la habilidad en el dominio de las emociones a través de la expresión artística. Recordé mi propio placer ante el manejo de lo artístico y ese exquisito sentimiento de completud que recibí a través de mi propia experiencia artística. También se me ocurrió que la mayoría de los artistas estarían de acuerdo con esta teoría, que no colocaba en su centro conceptos tales como resistencia y transferencia. A medida que me fui adentrando en la teoría de Kramer, advertí la importancia que la idea de sublimación guardaba:

La sublimación depende de una renuncia parcial, ya que aquel instinto que se agota a través de la gratificación no está disponible como fuente de energía para ninguna actividad.

Y continuaba:

La neutralización de las energías de índole sexual y agresiva, que son la característica de la sublimación, se da en el ámbito de la ejecución artística. No importa qué emociones el artista exprese hacia el acto de pintar y los medios que utiliza, debe mantener un sentimiento positivo alejado por igual de la excitación sexual obsesiva y de la furia agresiva. Este estado no es fácil de mantener. Está de continuo amenazado por un lado, por instintos indomados y por otro, por la tendencia del yo a poner en marcha mecanismos de defensa radicales.

A su vez, Kramer reconocía las limitaciones de sus herramientas y conceptualizaciones:

Como terapeutas, estamos más acostumbrados al fracaso que al éxito.  A diario vemos  pinturas de volcanes que son un desorden de rojo y negro debido a que los sentimientos explosivos no fueron representados sino actuados.

Por lo tanto, el criterio de éxito terapéutico para Edith Kramer puede ser resumido en la siguiente aseveración:

Ya que el valor artístico del trabajo producido es un signo de una exitosa sublimación, la calidad de dicho trabajo se transforma en un parámetro de medición, aunque no el único, del éxito terapéutico.

Esta teoría, en su momento, fue vital para mí ya que preservaba el protagonismo del arte como el punto de apoyo de mi propio trabajo profesional. A pesar de que el trabajo de Kramer era un cómodo punto de referencia, muchas dudas se transformaron en preguntas en la medida en que tomaba conciencia de mis experiencias profesionales diarias. Me preguntaba qué pasaba con aquellos pacientes que deseaban hablar o utilizar alguna otra modalidad en vez de materiales artísticos o bien aquellos que veían como ajeno el uso del arte como expresión creativa de sí mismos. Me preguntaba si éstos, entonces, no eran candidatos apropiados para el arte terapia o, en realidad, yo necesitaba más perseverancia y fe en mi trabajo. A medida que me interné más en los escritos de Kramer, más dudas aparecieron. Freud aseveró en sus Lecciones Introductorias al Psicoanálisis:

El grado de libido insatisfecha que los seres humanos, en promedio, pueden tolerar en sí mismos en limitado. La plasticidad o libre movilidad de la libido en modo alguno se ha conservado intacta en todos, y la sublimación nunca puede tramitar sino una cierta porción de la libido, prescindiendo de que a muchas personas se les ha concedido en escasa medida la capacidad de sublimar. La más importante de estas restricciones es manifiestamente la que recae sobre la movilidad de la libido, pues hace depender la satisfacción del individuo del logro de un número muy escaso de metas y objetos. (*)

Me pregunté qué podía hacer con aquellos pacientes que verdaderamente no podían sublimar sus conflictos a través de la expresión artística. ¿Estaba entonces el campo de la identidad profesional de un arte terapeuta restringido a aquellos pacientes que sí podían sublimar? Esta duda se cristalizó cuando leí la crítica que hace Lawrence Kubie (1973) al concepto de sublimación y su aplicación a la teoría y práctica del arte terapia. El observó que:

En general.... el concepto de sublimación ha implicado que el valor social del comportamiento puede neutralizar o resolver las fuerzas del inconciente, las fuerzas operantes en toda neurosis y los conflictos de los que deriva el comportamiento. Si la clínica han aprendido algo del análisis, es que nada de esto es cierto...

A lo que agregó:

Nuestro uso incorrecto del concepto de sublimación nos ha engañado, ilusionándonos con que hemos resuelto el problema cuando en realidad éste sigue sin resolver. La pregunta se mantiene: ¿Porqué la expresión de los conflictos inconscientes y de las formas que son socialmente aceptadas, creativas y hasta hermosas, dejan intactos los conflictos inconscientes de los cuales derivan y su potencia destructiva?

Mucho de lo que este autor escribió tiene sentido. A pesar de que Edith Kramer (1973) replicó diciendo que Kubie distorsionó y malinterpretó su posición y su noción de la sublimación respecto al rol del arte terapeuta. Lo que le permitía al paciente redireccionar la gratificación instintiva a salidas más placenteras era el hecho de sentir que podía ejercer una cierta clase de dominio sobre sí. ¿Había aquí trazas de modificación de la conducta o mi percepción del tema era limitada? Kramer sostenía que el paciente, a través de la sublimación, encontraba nuevas metas y objetos en su trabajo creativo. Sin embargo, algunos temas hacían agua. ¿Cómo ocurría el descubrimiento de esas nuevas metas y objetos? ¿Era a través de estimular un resultado exitoso? ¿Se encontraban nuevas identificaciones dentro del proceso de sublimación? Si esto era así, entonces, en esta teoría hacían falta más elaboraciones. Más aún, parecía que la neutralización como parte de la teoría de sublimación incluía, necesariamente, la conversión de imágenes del proceso primario en las formas de comunicación del proceso secundario, y esto requería de palabras. La teoría de sublimación de Kramer y su aplicación al campo del arte terapia, a mi entender, tenía demasiadas lagunas para explicar la dimensión real del rol del terapeuta. Mildred Lackman-Chapin (1980) estudió el rol de la identificación en el proceso arte terapéutico. El marco teórico de Kohut, de acuerdo a esta autora, enfatizaba el desarrollo y la cohesión del yo al encontrar expresión a través del arte. 

(*) N. Del T.: La traducción de este párrafo fue textualmente tomada de la traducción castellana de Ed Amorrortu en Conferencias de Introducción al Psicoanálisis, Doctrina General de las Neurosis, 22ª Conferencia: Algunas perspectivas sobre el desarrollo y la regresión. Etiología. Pág 315, Sigmund Freud, Obras Completas, Vol XVI, Amorrortu Editores, Bs As. C 1976 

Estas ideas despertaban mi interés, ya que yo también consideraba que el arte era el vehículo ideal para la expresión del yo.
Desde este marco teórico, Chapin describió el rol del arte terapeuta como fomentando la búsqueda, por parte del paciente, de ese estado de cohesión. El rol del terapeuta era el de facilitador de esa búsqueda tendiente a la integración interna, impedida de desarrollarse plenamente debido a las dificultades, durante la etapa de crecimiento, de la relación padres-hijo. Por lo tanto, el paciente atravesaría estadios tales como grandiosidad e idealización y expresaría estos sentimientos no solo dentro de la relación terapéutica sino también en la obra producida.
La autora enfatizó la importancia de la relación real con el terapeuta y como el narcisismo y la grandiosidad de éste armonizaba y resonaba con la de sus pacientes.

Nos veo, lejos de mantenernos neutrales, estimulando a nuestros pacientes a que reaccionen, con nosotros, como figuras que recuerdan de su pasado. El paciente busca una respuesta en espejo, pero no recuerda a ninguna persona crucial de ese pasado, precisamente porque hubo una falla en la empatía durante los tempranos estadios pre-verbales, antes de que la función de memoria del yo se organizara.

Para Mildred Chapin, el arte terapeuta estaba especialmente entrenado para ayudar al otro a encontrar sus “objetos internos” (la relación internalizada que llevamos en nuestro interior) ayudándolo a crear, a través del arte, una representación válida y auténtica de su yo. La síntesis que esta autora hizo de la teoría de Kohut tenía visos de verdad.

Los pacientes nos usan, los reflejamos a ellos y a las posibilidades que tienen. Estamos allí para alentarlos a actuar sobre esas posibilidades y respondemos con verdadera satisfacción cuando logran recrear objetos internos que los acercan a una mayor cohesión de su yo. A veces, hasta les permitimos que se fundan con esta parte nuestra, dándoles fuerza temporariamente a través de esa identificación con nosotros y los sostenemos hasta que logran que su obra de arte los libere y ya no nos necesiten.

Pensé que por fin había encontrado un marco teórico compatible con los valores y el recorrido de un artista.
Aún así, había algo que no terminaba de convencerme, especialmente cuando pensaba en esos pacientes que no podían o no querían pintar o dibujar. Esos casos border o psicóticos que estaban inundados por impulsos primitivos y que no podían encontrar contención sólo a través del arte. Estos pacientes o bien dirigían sus impulsos agresivos y amorosos hacia diferentes integrantes del equipo terapéutico o se sentaban en soledad, guardándose del contacto o de las intromisiones. Vistos a la luz de su desarrollo, parecían haber sido dañados en un período anterior que el de aquellos pacientes aquejados por trastornos narcisistas. Para el psicótico, la simbiosis apenas había comenzado cuando se produjo una disrupción en el entorno facilitador, mientras que en el caso del border, éste parecía haber sido inundado por introyecciones fragmentadas ya avanzada la fase de simbiosis. Masterson (1976) describió a los pacientes border como fluctuando entre períodos de regresión a un estado de fusión, o, en su búsqueda de autonomía, sintiéndose avasallados por sentimientos de abandono. En ambos tipos de pacientes, el foco del tratamiento debía concentrarse en la integración del yo y el control de los impulsos.
La mayoría de estos pacientes estaban tan perdidos en procesos primarios que eran ´tragados´ por imagos primitivas que borraban su sentido de la realidad. Pude ver su fragmentación y caos expresados en sus trabajos, estados que también se manifestaban hacia todo el staff terapéutico. Este recibía ese clivaje y esa desorganización en tanto las polaridades odio-amor de cada paciente fragmentaban y desintegraban toda cohesión en el tratamiento terapéutico. Muchas veces sentí que el arte podía contener este caos y ser un marco desde el cual se podía empezar a diferenciar la realidad interna de la externa. Esta contención, sin embargo, muchas veces era inestable y era necesario entonces establecer y estructurar un límite y una confrontación que arrojase claridad a las difusas y primitivas imágenes.

Me pregunté entonces si mi parte anticonformista no estaría metiéndose en problemas, alejándome de mis colegas y perdiendo mi especial identidad como arte terapeuta (1). Mi parte analítica sostenía que no parecía posible una teoría general de tratamiento del psiquismo que incluyese a los psicóticos y los borderline a menos que sintetizara el proceso de neutralización. La experiencia me mostró que el arte, por sí mismo, no neutraliza los conflictos. Aunque le daba a la gente un lugar en el que podían sentirse más centrados, a partir de alcanzar nuevos niveles de conciencia, no podía producir el enorme trabajo de separación que se requiere para formar nuevas identificaciones y relaciones. Aquí hacía falta convocar al terapeuta para que ayudase a los pacientes a procesar el dolor y la desesperanza así como también el tipo de amor inherente a las relaciones patológicas.  Pude ver el efecto de esto en niveles verbales y no verbales, dentro de un proceso de reacción y contra reacción, más que de un proceso en el que fuera el terapeuta quien da insight a sus pacientes. (2)

Un pequeño caso clínico (aportado por María Meltzer) ampliará estas aseveraciones en más detalle. Es el caso de un hombre de 72 años que estaba en un geriátrico recuperándose de un infarto. Por esa época el paciente estaba en las manos de una de mis estudiantes y estaba ya en su tercer año de tratamiento arte terapéutico. A pesar de su edad, tenía energía suficiente como para correr tras las enfermeras. A veces, amenazaba con no comer y se aproximaba  a la experiencia artística como si fuese una fiesta sin fin, comida que debía ser devorada, un trozo de material tras otro, como si nunca pudiese llenarse. Es preciso mencionar que en su infancia tuvo una madre ausente y fue cuidado por múltiples personas. A veces, el cuidado estaba a cargo de su padre o un tío lejano. Obviamente, esto produjo pobreza emocional y afectiva es este sujeto, así como una deficiente cohesión de su yo. El control de sus impulsos era primordial y manejarlo a él se hacía, a veces, muy difícil. Corría tras las mujeres tratando de agarrarlas y abrazarlas, mientras que a la vez idealizada y menospreciaba a su terapeuta. A veces, comenzaba una huelga de hambre si la terapeuta no estaba disponible, otras veces, se quejaba y pedía alcohol. Sus obras estaban llenas de poderosas mujeres con enormes pechos y sin manos. El aparecía como alguien minúsculo. Pasaba de un dibujo de estas mujeres a otro, tratando de capturar una fantasía que se le escapaba de las manos. Veía a la gente como fuente de nutrición. Muchos de sus trabajos exhibían una fusión de caracteres masculinos y femeninos, subrayando el clivaje en su identificación sexual. 

(1)        Al concentrar tanto mi atención en la relación terapéutica
(2)        El arte, entonces, pasó a formar parte del contexto terapéutico donde el desafío creativo del arte terapia es captar, organizar y reformular viejos mensajes en un orden y encuadre totalmente nuevos.
En uno de sus primeros trabajos, pintó un caballo negro y furioso, con dientes prominentes, llevando una mujer blanca de grandes pechos que parecía estar a punto de caerse del animal. Esta obra mostraba la división entre la inalcanzable mujer blanca de pechos grandes y su lado oscuro, lleno de rabia.
El paciente recibió mucha empatía de la terapeuta, además de estímulo por su trabajo. Lentamente pude ver cómo lentamente internalizaba a su arte terapeuta.

Aún así, su ´puesta en acto´ continuaba. Lo que quedaba claro es que con la empatía no alcanzaba. El sujeto necesitaba una estructura que le pusiera límites y restringiera su acting out. Era necesario establecer esos límites para protegerlo contra su ansioso deseo de fusionarse con la imago fantaseada de un pecho sin fin. Si debía sentirse completo, el paciente tenía que comprender tanto su deseo por un pecho imaginario como su necesidad de castigarse por su avidez. Necesitaba una estructura dentro de la cual pudiese ver que su sed de vida, que aparecía en su envidia y su avidez, no sólo podía llegar a ser dominada sino además puesta a su servicio.

Este caso demuestra como la empatía sola no alcanza para que un paciente encuentre un sentido interno de integración. La búsqueda de comida por parte de este hombre, tanto a través de su obra como del entorno institucional, necesitaba ser atendida para que su odio y su amor encontraran un sentido de integración interior. Sin esta estructura, considero que la ansiedad despertada por su deseos de fusionarse y el clivaje en sus afectos permanecerían inalterados.

Aquí también puede verse el juego tanto de relaciones reales y como transferenciales. La terapeuta era real y lo sostenía, aunque también era la raíz de mucha envidia y odio. Creo que la relación real ayudó a este paciente a encarar los temores y miedos conectados con su deseo de fusionarse. El arte se transformó en terapia cuando la terapeuta escuchó y reaccionó en consecuencia al mundo interior de este hombre. Para que esto fuese posible, la terapeuta logró que su propio yo y sus símbolos resonaran y respondieran empáticamente a la lucha del sujeto contra la separación y la pérdida.

Esta posición teórica finalmente vio la luz en el texto Las terapias expresivas: la aproximación de las artes creativas al tratamiento de afecciones psíquicas profundas (Expressive Therapy: A Creative Arts Approach to Depth Oriented Treatment) (1980). En este libro traté de integrar en un solo encuadre una teoría que apuntara al tratamiento terapéutico tanto verbal como no verbal. El siguiente párrafo dará al lector una idea de esta posición:

Para resumir, como el arte terapeuta entra en contacto con la parte más primitiva de su paciente a través de la comunicación no verbal, experimenta las sutiles expresiones de dolor, pérdida y soledad que se hacen evidentes ante la dañada capacidad de relacionarse (Balint, 1965). Dentro de una relación terapéutica de juego, estas sutiles representaciones simbólicas del yo y de los objetos cobran un nuevo significado. Los múltiples objetos parciales, con sus correspondientes afectos de amor y odio, necesitan ser tocados, escuchados y visualizados. Pero es fundamental que el propio terapeuta sienta y entre en contacto con esta temprana área del desarrollo para poder reproducir un espacio transicional de reparación. Es en este espacio donde habrá lugar para la resonancia y para el diálogo y donde además, comenzarán a integrarse los complejos sistemas afectivo y perceptual. Creemos que tal proceso es no verbal y demanda del terapeuta la habilidad de jugar, simbolizar y emplear una amplia variedad de modalidades sensorio-espaciales.

Mi temprana preocupación por el paralelismo entre los procesos creativos y terapéuticos se aunó en esta capacidad por parte del terapeuta de utilizar una serie de modalidades diferentes, de simbolizar, de jugar. Era en este terreno que el terapeuta no solo necesitaba poder pasar de modos de comunicación primaria a secundaria sino también facilitar ese pasaje en el paciente. Si bien sostuve que la modalidad de conducta no verbal en el terapeuta era una de las particularidades de la experiencia de sanación, se hizo también patente que en otros momentos el terapeuta debe utilizar su propio yo para ayudar al paciente a contrastar, investigar, atender; en suma, ayudarlo a objetivar sus percepciones para poder lidiar mejor con su mundo interno.

Habiendo fortalecido mi teoría, tenía ahora el desafío de explicar a mis alumnos la utilidad de la misma en el tratamiento de desordenes psíquicos profundos, especialmente cuando la mayoría de arte terapeutas trabajaban con tratamientos a corto plazo. Estaba convencido que para que el accionar de estos terapeutas fuese efectivo en este tipo de escenario, era necesaria una sofisticada comprensión.

Como ejemplo ofreceré un corto caso clínico que fue presentado por una alumna en una de mis clases, ella estaba trabajando en un centro para tratamientos a corto plazo, donde el promedio de estancia era de cinco semanas. Describió el caso de un hombre paranoico y asustado que hasta estaba dispuesto a matar a quien se le acercase, y gustaba de arrinconarse en una esquina de la sala. El mensaje era claro: no se acerquen. La historia clínica hablaba de vagas alucinaciones, aislamiento extremo, furia y un lábil contacto con la realidad. Cuando mi alumna mostró algunos de los trabajos del paciente pudimos ver manos tratando de agarrar un algo, arañas colgando, leones carnívoros e imágenes del propio paciente siendo tragado y destruido. Esto nos llevó a discutir la teoría de la esquizofrenia paranoide. Analizamos la diferencia entre hostilidad defensiva y reactiva, conectamos la furia a la culpa y discutimos el síntoma de grandiosidad. Como es común en este tipo de cuadros, al paciente le era difícil discriminar el adentro del afuera. Metafóricamente, el león hambriento en su interior estaba ahora afuera, acorralándolo en una esquina.
El tratamiento de este sujeto implicaba trabajar sobre su yo pero sin perder de vista la dinámica y los tiempos limitados de la institución. Se observó que no había que ser un león para necesitar un espacio amplio en el que moverse ni para comer solo y en paz. Esta metáfora pareció adecuada para abordar el yo del paciente, en tanto se aplicaba tanto a su necesidad de poner distancia como al reconocimiento de su voraz apetito. Utilizando símbolos de esta manera, se esperaba que el terapeuta pudiese conectar con las imágenes internas del sujeto de forma no amenazadora mientras a la vez, urdía estrategias para lograr la adaptación.
Lo que me quedaba claro era que el trabajo sobre el yo de mis pacientes se desenvolvería en este nivel no verbal, que primero estaría la experiencia artística creativa como punto de partida para la recuperación.

Cuando ahora pienso en esta clase de paciente, que no puede utilizar la interacción entre metáfora e imagen en un nivel verbal, siento que, teóricamente, he cerrado el círculo. Recalco entonces que importante es que, como arte terapeutas, respetemos las diferencias teóricas y de abordaje y que aprendamos unos de otros.

En resumen, he modificado el marco teórico original que versaba sobre la sublimación para incluir las ideas de Kohut, relaciones objetales y teoría del yo y a la vez he dado lugar al amplio espectro de teorías que poseen aportes interesantes que pueden ser aplicados algunas veces, aunque otras no. Es así como las imágenes arquetípicas Jungianas han conectado a un paciente con el inconsciente colectivo ampliando su noción de yo y otras, la terapia Gestáltica, ha contribuido a que un paciente confronte las fragmentadas representaciones de su yo y de sus objetos.

Mi identidad profesional como arte terapeuta ya no es estática, se teje y fluye con cada paciente y en cada sesión. Cada individuo trae sus propias deficiencias de desarrollo por lo que debo estar atento a las estructuras yoicas y como éstas se  expresan, lo que a la vez repercute en la relación terapéutica.
Mas aún, el juego ya no es visto como un estado intermedio que facilitará la expresión artística, sino como un estado cognitivo del yo que facilita la expresión simbólica y en imágenes. Las técnicas y los materiales ya no son limitados, sino que deben ser utilizados con total flexibilidad dependiendo de las necesidades de cada paciente para organizar y encuadrar diferentes niveles de comunicación.

La teoría se ha transformado en orgánica, es parte de mí más que una defensa que interfiere en mi experiencia con los pacientes. En realidad, en cada encuentro terapéutico redescubro la teoría con nuevos ojos y asimilo y acomodo las diferentes y complejas visiones, sensaciones e imágenes que tocan lo más profundo de mi ser. Es en ese punto donde mi esencia de artista se ha fusionado con el psicólogo y ha descubierto un nuevo sentido en el manejo profesional.

Para mí, el arte ha sido, históricamente, una fuerza que se enlaza a la tradición humanística. El artista en mi interior ha sido comprensivo de la eterna lucha del hombre con la sociedad. También he entendido que no estoy abocado a la reinserción per se sino a que la vida interior de cada paciente encuentre una forma de expresión que sea a la vez, adaptativa y de afirmación de su yo. Dentro de este marco humanístico, el conocimiento y la expresión artística intercambian lugares de contínuo y son redescubiertos para satisfacer las necesidades individuales de cada paciente.

Como artista terapeuta que soy, estoy convencido de que el conocimiento invariablemente trasciende los límites de la palabra, pero eso no debe hacer que se coloque a la psiquiatría en el papel del “malo”,  o peor aún, como elemento transgresor de la identidad profesional de un artista. Antes bien, es el trasfondo que facilita la aproximación humanística, la experiencia real con los pacientes y el lidiar con la profundidad y complejidad de las relaciones que se forjan. El arte terapia, entonces, se transforma en un eslabón que nos conecta con la amplia base en la que yacen los arquetipos colectivos que fusionan la búsqueda del hombre por lograr sanarse con su necesidad por comunicarse.


Arthur Robbins es Profesor y Presidente del Departamento de Terapia por el Arte y el Movimiento del Pratt Institute, Brooklyn, New York

Versión castellana: Luis Formaiano
Mayo 2002